📢 ¿Alguna vez sentiste que tu voto no cambia nada? No estás solo. Cada vez más ciudadanos en el Perú y el mundo sienten que la democracia no responde, que los políticos no los representan y que las reglas del juego están hechas para unos pocos. Este desencanto no es casualidad: forma parte de una recesión democrática global que viene acompañada del avance de populismos autoritarios que prometen soluciones rápidas, pero debilitan las instituciones que deberían protegernos.
En los últimos años, incluso democracias consolidadas han visto tambalear sus cimientos. Casos como los de Hungría, Polonia, Venezuela y Nicaragua muestran cómo los populismos —ya sean de izquierda o de derecha— concentran poder, manipulan las reglas del sistema y atacan a los jueces, la prensa y la oposición. El ensayo de Barroso y Barroso lo explica claro: “cuando las cortes fallan, la democracia colapsa”.
El populismo autoritario suele presentarse como “la voz del pueblo”, dividiendo a la sociedad entre “nosotros” (los buenos, los verdaderos peruanos) y “ellos” (los corruptos, los que piensan distinto). Así, los discursos se vuelven cada vez más extremos, promoviendo odio, desinformación y teorías conspirativas que circulan libremente por redes sociales. No se trata solo de palabras: este tipo de comunicación erosiona la confianza en el sistema electoral, en la justicia y hasta en la ciencia.
En el Perú, esta dinámica se hace evidente en cada elección polarizada, cada intento por desacreditar al Jurado Nacional de Elecciones, o en los ataques sistemáticos a periodistas que denuncian casos de corrupción. El problema no es solo político: cuando la democracia se debilita, también lo hace la economía. Las decisiones de inversión se frenan, el empleo se vuelve inestable y los servicios públicos se deterioran.
Además, la frustración ciudadana se alimenta de factores reales: pobreza, desempleo, desigualdad. Las promesas incumplidas de los políticos abren la puerta a propuestas autoritarias que, aunque suenen atractivas, terminan recortando libertades, silenciando voces y dejando a los más vulnerables sin defensa. Es un ciclo que debemos cortar antes de que sea demasiado tarde.
Por eso, entender lo que está en juego es clave. No se trata de defender a políticos, sino de proteger las reglas del juego democrático. Sin ellas, no hay árbitro, no hay justicia y no hay futuro compartido. El desafío está en fortalecer instituciones, exigir rendición de cuentas y —sobre todo— no ceder al canto de sirena de los autoritarismos disfrazados de soluciones fáciles.
🧠 NO PIERDA DE VISTA ESTOS DATOS
- VOTOS: La democracia no solo se basa en votar. Sin derechos ni justicia, las elecciones pierden sentido. Esto afecta directamente la confianza del consumidor y la estabilidad del empleo.
- POPULISMO: Los discursos que dividen y atacan debilitan la economía, espantan inversiones y reducen oportunidades para emprendedores.
- ALGORITMOS: Las redes sociales pueden amplificar mensajes extremos. Esto distorsiona la percepción de la realidad y afecta decisiones familiares, desde el consumo hasta el voto.
- JUSTICIA: Cuando los jueces dejan de ser independientes, las reglas ya no protegen al ciudadano común, afectando tanto a hogares como a pequeñas empresas.
- INSTITUCIONES: El descrédito del Congreso o del Ejecutivo genera incertidumbre, lo que frena proyectos públicos y privados, con impacto directo en el empleo y los servicios básicos.


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